Señor, no merezco que me consueles y me visites; así obras conmigo juntamente cuando me dejas pobre desolado. Aunque derramase yo lágrimas tan abundantes como las aguas del mar, no seria todavía digno de tus consuelos. Yo no merezco más que ser castigado, porque te he ofendido con frecuencia gravemente, mis pecados no tienen número. Así que después de un estricto examen, me reconozco indigno del menor consuelo; pero tú, Dios tierno clemente, que no quieres que tus obras perezcan, «para hacer brillar las riquezas de tu bondad en los vasos de misericordia (Rom. cap. 9)», dígnate consolar tu siervo más allá de lo que merece de una manera enteramente divina; porque tus consuelos no son como las vanas palabras de los hombres.
¿Qué he hecho, Señor, para que me des participación ninguna en los consuelos del cielo? Yo no recuerdo haber hecho ningún bien; por el contrario, siempre fui inclinado al vicio lento en corregirme. Es cierto no puedo negarlo; si hablara de otro modo, te levantarías contra mi, nadie podría defenderme. ¿Qué he merecido por mis pecados, sino el infierno el fuego eterno? Lo confieso con sinceridad; yo no soy digno más que de oprobio de desprecio; yo no merezco ser contado entre los elegidos, aunque me sea doloroso oírlo, tributaré sin embargo testimonio contra mi la verdad, me acusaré de mis pecados, a fin de hacerme digno de alcanzar más fácilmente tu misericordia.
¿Que diré yo, cubierto como estoy de crímenes de confusión. Yo no me atreveré hablar sino para pronunciar estas solas palabras: he pecado Señor, he pecado; ten misericordia de mi, perdóname. «Déjame un poco de tiempo para exhalar mi dolor, antes que vaya la tierra de las tinieblas, donde reina la sombra de la muerte (Job, cap. 10.)» ¿Qué pides tú a un culpable, un miserable pecador, sino que alumbrado de remordimiento se avergüence de sus pecados? La verdadera contrición, la humillación del corazón engendran la esperanza del perdón, calman la conciencia turbada, reparan la gracia perdida, protegen al hombre contra la cólera futura, entonces es cuando se aproximan se reconcilian en un santo ósculo Dios y el alma penitente. Este humilde dolor de los pecados es para ti, Señor, un sacrificio agradable de olor más dulce que el del incienso. Es el delicioso perfume que permitiste que se derramara sobre tus pies sacrosantos; porque «jamás desprecias un corazón contrito humillado (Salm. 50.).» «Aquí está el refugio contra el furor del enemigo; de este modo se reforma el pecador se purifica de todo lo que ha podido contraer de vicioso de impuro (Libro 3, cap. 52.)»."
Fuente: "Imitación de Cristo", Tomás de Kempis en: "Oficios de la Iglesia: con la explicación de las ceremonias de la Santa Misa y notas sobre las fiestas y los salmos", 1853 - [Negrillas son nuestras.]